Los kilims tienen su origen en las telas que las tribus nómadas asiáticas utilizaban para impermeabilizar el suelo de las tiendas, ya que al ser planas y compactas impedían el paso de la arena del desierto. Después, esta técnica de fabricación se extendió a objetos cotidianos como bolsas, alforjas, mantas... que requerían un material resistente al desgaste. Nació hace unos 3.500 años en Asia Central, desde donde se extendió a Europa Oriental y África del Norte.



Su principal atractivo reside en la variedad de colores y diseños que ofrecen, que permiten crear un estilo dinámico y decorativo. Además son una buena opción para dar color y luz a cualquier zona oscura de la casa y alegrar pasillos y recibidores.

Kilim es el termino turco para describir una alfombra plana, sin pelo ni nudos, hecha a mano en lana y/o algodón, en la que las fibras de la trama (parte vista) van cubriendo la urdimbre, hilos longitudinales que forman la base, por colores, de forma que cada tono se teje por separado. Uno de los lados cortos suele terminar en un fleco y el opuesto, en un borde tejido.



Los dibujos suelen ser geométricos, rara vez flores, y en vivos colores. Éstos pueden obtenerse por tintes sintéticos, pero las tinturas naturales, las tradicionales, producen un resultado más armonioso y con mayor número de matices, lo que revaloriza la pieza. Además de la complejidad del diseño, la determinan los tintes y colores, que deben mantenerse inalterables con los lavados o la exposición a la luz. Para comprobarlo, frota el kílim con un paño blanco húmedo, que debe seguir blanco. Es importante también la densidad del tejido, a mayor número de hilos, más calidad. Al testarlo, comprueba que las fibras de la urdimbre, casi siempre blancas, no se vean y que, al estirar la alfombra, la parte tensa no se deforma fácilmente. Además, sopesa el kílim: cuanto más liviano, mejor calidad.

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